Margaret (Maggie) Steffens es, muy posiblemente, la jugadora de waterpolo más determinante del planeta. Crece la valía de este hecho si se ojean sus datos personales, en concreto el apartado donde dice “fecha de nacimiento”: 1993. La estadounidense es santo y seña del equipo norteamericano a sus recién cumplidos 23 años. Tampoco es este el hecho que aporta mayor trascendencia a su figura.
El 9 de agosto de 2012 se disputaba la final de waterpolo femenino en los Juegos Olímpicos de Londres. A la cita se presentaban la España que dirigía Miki Oca (finalista en su primera participación en unos Juegos) y la todopoderosa selección de Estados Unidos.
El resultado final, de 8 a 5 para las americanas, fue lo de menos.
Una niña de 18 de años, de apellido Steffens, alcanzaba el olimpo del deporte en su primera participación en unas olimpiadas.
Y ni mucho menos desde el anonimato: Maggie anotó la mitad de los goles de su equipo, cuatro, para sumar un total de 21 en el torneo, cifra que el permitió ser la máxima anotadora de los Juegos. En el primer partido, el de su debut, igualó con siete tantos el récord de goles anotados en un solo partido olímpico.
“Solo jugué para divertirme”, dijo en una entrevista poco después de aquel verano. “¿Fueron los Juegos Olímpicos perfectos?”, le inquirieron, deseosos de una declaración que evidenciara que aquel rendimiento había sido fruto de una inspiración única e irrepetible.
“Ningún partido es el perfecto, ¿cómo sino iba a poder mejorar?”. El techo de la californiana está aún por conocerse.
Fue 2012 el año en que salió elegida mejor jugadora del mundo por la Federación Internacional de Natación (FINA). Su hermana Jessica, que juega también con la selección norteamericana,, empezó a jugar al waterpolo por la misma razón que años después motivaría a Maggie: Carlos Steffens, su padre.
El hombre disputó tres Juegos Panamericanos con Puerto Rico, su país natal, pero terminaría cayendo en que la mejor manera de escribir su apellido en los anales de la historia del waterpolo era inculcando esa devoción en sus hijas. No andaba desencaminado.
Rio de Janeiro recibirá a una jugadora distinta a la que vio Londres.
Con la madurez que aportan el imparable paso de los años —al menos cuando se tienen 18—, Steffens portará, además de la responsabilidad de confirmar que su estatus de leyenda nació a la vez que lo hizo su carrera como profesional, el simbólico brazalete de capitana de la selección de Estados Unidos
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