La piragüista vasca de aguas bravas arrasa en la final de kayak individual con un tiempo estratosférico y cumple su sueño de ser campeona olímpica
Maialen Chorraut logra la perfección
Fueron poco más de tres minutos inolvidables esperando la gloria. Impecable a lo largo de todo el recorrido de la final olímpica, Maialen Chourraut había completado el descenso de su vida, esa bajada perfecta que parece imaginaria hasta que, de repente, se convierte en real. Cuando cruzó la línea de meta, sacaba más de tres segundos a las siguientes clasificadas, la neozelandesa Luuka Jones y la australiana Jessica Fox, plata en Londres y una de las grandes favoritas de la prueba. Estaba exultante la guipuzcoana. Cómo no estarlo. Gritaba ‘bai, ‘bai’, mientras alzaba la pala jubilosa frente a la tribuna de prensa y recibía las felicitaciones de sus compañeras, rendidas a su tiempo estratosférico: 98,65.
Debía valer el oro, pero faltaban dos competidoras por bajar y hubo que esperar.
Los tiempos intermedios de la británica Fionna Penny fueron muy inferiores y quedó pronto descartada. La última palista, la única que podía separar a Maialen Chourraut de su sueño de ser campeona olímpica, era la austríaca Kuhnle. Sin embargo, una penalización al comienzo de su recorrido, en la puerta 6, le dejó sin opciones. De manera que no hubo ni siquiera que sufrir durante el resto de su bajada.
La vasca, sencillamente, había arrasado. Su extraordinaria exhibición, dificilísima de ver en el piragüismo de alto nivel, produjo asombro en el Whitewater Stadium del Parque Olímpico Deodoro. Lo cierto es que ayer hubo que recuperarse de esa sensación, tan extraña en el deporte español, que sólo producen las victorias antológicas de las grandes figuras.
Como lo es ya para siempre Maialen Chourraut, que no tardó en recibir las felicitaciones de su marido y entrenador, Xabier Etxaniz, y del seleccionador español, Xabi Taberna. Locos de alegría, ambos se zambulleron en las aguas del canal y se acercaron al kayak de la nueva campeona para besarla y abrazarla. Fue una de esas escenas de una emoción redonda que sólo se viven en unos Juegos Olímpicos.
Todo había empezado siete horas antes. «Respiración profunda, manos sudorosas, mal humor y poco apetito». Cuando se levanta de la cama y tiene estas sensaciones, Maialen Chourraut sabe que se enfrenta a un gran día de competición.
Así lo escribió hace cuatro años en su cuenta de twitter horas antes de conseguir su medalla de bronce en el canal de aguas bravas de Lee Valley. Ayer, en el que la que iba a ser la jornada de su coronación olímpica, se extendió menos en el mensaje. «Ha llegado el momento.
Nerviosismo y ganas de poner la pala en el agua. Txanpa!», escribió a las siete y media la mañana. Pronto para ella. Es muy probable que la canoísta de Lasarte no durmiera ayer las doce horas que le marcaba su propio reglamento antes de que en 2013 naciera su hija Ane. La niña está en Río de Janeiro acompañando a sus padres y sin saberlo tenía ayer una gran misión que cumplir. Ser un talismán. Y fue el mejor posible.
El nacimiento de Ane hizo que este ciclo olímpico haya sido muy especial para la palista de Lasarte. Apenas dos meses después de dar a luz, ya estaba en la Seo de Urgell entrenando sobre la piragua, que sólo abandonó en los dos últimos meses de embarazo. Durante la lactancia, su cuerpo no respondió sobre el agua como ella estaba acostumbrada, pero Xabier Etxaniz estaba convencido de que sólo era cuestión de tiempo que su esposa recuperara las buenas sensaciones. Y así fue. El año pasado volvió la Maialen de siempre, fuerte y combativa. Se proclamó campeona de Europa en Markkleeberg (Alemania) y fue quinta en el Mundial de Londres. Número 2 del ranking, ya estaba de nuevo entre las mejores, las que lucharían por las medallas en Río de Janeiro.
Las semifinales le dejaron ayer unas buenas sensaciones. Esta vez no sufrió ningún contratiempo, como le sucedió en la clasificación, donde un error entre las puertas 19 y 20, en la parte final del recorrido, le llevó a saltarse una de ellas. La penalización le situó en el último puesto y tuvo que jugárselo todo a una carta en la segunda tanda. Fueron momentos de angustia que la palista vasca afrontó con la entereza de sus 33 años. Era la segunda más veterana de las participantes y su experiencia apareció en el momento decisivo. Lo cierto es que ayer todo fue sobre ruedas. Realizó una bajada limpia y rápida que la situó en tercera posición por detrás de la austríaca Kuhnle, a quien los jueces le quitaron una penalización de 50 que le hubiera dejado fuera, y de la británica Fionna Penny.
Todo estaba muy apretado para la final, sobre todos en los cinco primeros puestos. Entre la primera y la quinta, la australiana Jessica Fox, había poco más de dos segundos de diferencia.
Las cinco palistas restantes estaban más lejos, a más de cinco segundos. Parecía claro que el podio, salvo sorpresa, lo iban a copar las componentes de ese pequeño ramillete que saldrían en las cinco últimas posiciones. La emoción prometía ser tremenda, al igual que en Londres.
Ander Elosegi, todavía con su decepción del martes a cuestas, estaba convencido de las posibilidades de su amiga.
Tanto es así que se atrevió con un pronóstico del que puede sentirse orgulloso. “Yo creo que puede ser medalla de oro”, comentó, en una esquina de la zona mixta, por la que Chourraut prefirió no aparecer. Sólo tenía una hora de descanso antes de la final y, con buen criterio, prefirió utilizarla para estar unos segundos con su hija, que se acercó a saludarla con su niñera, y para descansar.
El talismán ya comenzaba a hacer efecto, aunque por supuesto nadie lo sabía cuando arrancó la final del kayak individual femenino, que contó con la presencia del presidente del COI,
Thomas Bach. Los tres primeros tiempos, correspondientes a la alemana Melanie Pfeifer, a la eslovena Ursa Kragelj y a la italiana Stefanie Horn, por encima de los 106, no eran preocupantes. Si lo fue el de la siguiente participante, la neozelandesa Luuka Jones: 101,82.
Una centésima mejor que el tiempo de Chourraut en la semifinal. No lo superaron, de hecho, ni la eslovaca Jana Dokotova, ni la australiana Jessica Fox, ni la checa Katerina Kudegova, campeona del mundo, que firmó un descenso muy pobre.
La frontera estaba clara: 101,82. Desde el comienzo de su descenso, impecable en cada una de sus puertas, Maialen Chourraut fue pulverizando todos los registros intermedios. En el primero ya llevaba 1,72 segundos de ventaja. Una enormidad que presagiaba un tiempo impresionante si no cometía errores y no penalizaba.
Con una maestría espectacular, mientras sus seguidores cruzaban los dedos con la tensión por las nubes, la española terminó su recorrido a la perfección.
Al ver su tiempo, supo que sólo tres minutos inolvidables le separaban de una gloria más que merecida. Al salir del agua su madre, el alboroto era tan grande que Ane empezó a enfadarse un poco. “Non dago ama?”, preguntó.
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