En otra demostración de pundonor, el tenista español cae en tres sets ante Nishikori y pierde su última opción de medalla
Nadal pierde el bronce
Nadal por la mañana; Nadal por la tarde y Nadal por la noche. Daba igual la hora o el día, porque si alguien encendía la tele estos días, el balear estaba sobre la pista. Once partidos en nueve días había socavado la resistencia del balear, incapaz de hacer frente ayer a Nishikori en la lucha por el bronce. Nadal cayó víctima del japonés en un encuentro rápido que no tuvo historia.
Una derrota que no resta méritos a la hazaña protagonizada por el español en estos Juegos a los que llegó sin saber si podría saltar a la cancha y que termina con una medalla de oro en el cuello y con la mochila llena de elogios.
Porque la raqueta de Nadal se ha convertido en una bandera durante los Juegos. La que sostuvo en la inauguración. Por la que decidió acudir a Río. Le enseña nacional que lució con orgullo en Maracaná y que pasea en cada torneo a lo largo del mundo. Una bandera que ayer no pudo ondear de nuevo, triste por haber terminado con dos derrotas su participación en Río.
Por primera vez desde que empezaron los Juegos, el sol lucía con fuerza en Rio. Malas noticias para un Nadal asfixiado por la carga de partidos, al que el sol contribuyó a debilitar aún más. Enfrente esperaba el japonés Nishikori, número siete del mundo, al que había ganado siempre excepto en una ocasión.
Un balance de 9-1 que no contaba ayer, igualado por el cansancio físico del balear. Fundido físicamente, Nadal trato de equilibrar el duelo desde el servicio, la única arma que precisa más concentración que fuerza.
Apoyado en un alto acierto de primeros, el balear se sostuvo hasta el 2-2, momento en el que aparecieron las dudas. Un bajón desde el servicio puso en bandeja el primer break al japonés y a partir de ahí la manga fue un paseo para Nishikori (6-2 en poco más de media hora de partido). Incapaz de hacer frente al saque de su rival, Nadal vagaba por la pista.
Era un fantasma que recordaba a sus peores días. Pesado y sin reacción, veía cómo las derechas ganadoras de su rival pasaban de largo. Ni siquiera tenía que ajustar el asiático, cómodo. Aliviado por tener enfrente a una versión menor del español.
El partido era un suplicio para Nadal, desesperado por su falta de chispa. Miraba impotente hacia su banquillo buscando respuestas, pero no quedaba gasolina en la reserva.
No había solución posible y eso que el español mejoró hasta soñar con un break nada más comenzar el segundo set. Una única bola de rotura que ser perdió lejos de la línea. Como muchas otras. Como el bronce que se escapaba sin remedio.
Superado el escollo de ese segundo juego, Nishikori volvió a las andadas. Seguro y sin oposición, el japonés maltrataba a Nadal desde el fondo, arrancando sus últimos gramos de fuerza. Pim, pam, pum. Vivía anclado a la mitad de la pista y desde ahí repartía sus cañonazos. No le movía Nadal, para el que devolver la bola era ya una misión imposible. Colocarla lejos del japonés resultaba una quimera. Con 5-2 en el marcador y saque del japonés,
Nadal tiró de casta y orgullo. Un salida de emergencia que le había funcionado en otras ocasiones. buscó en su interior y encontró allí la bandera de la que tanto habla y la utilizó como último recurso. Se veía ya ganador Nishikori y se encontró un muro. De repente. Sin que nadie lo avisara, Rafa fue Rafa. El Nadal de los mejores días.
Un ciclón que se llevó por delante a Nishikori en veinte minutos mágicos. Tres juegos cargados de casta. De orgullo. Tres juegos que finalizaron con un intento de dejada del japonés que acarició la cinta de la red y cayó de su lado.
Fortuna que de nuevo estaba del lado de Nadal. Como el público, entregado por entonces a la remontada del español. Aunque aún no lo sabía, esa dejada fallida era para el asiático el principio del fin en ese segundo set que terminó cayendo con claridad del lado español en el tie break (7-6 (1)).
Después de haber acumulado horas y horas sobre la pista en Río, Nadal tenía por delante un set para hacerse eterno. Agrandar su leyenda. Desbocado tras su remontada, el español esperó sobre la pista al japonés, ausente durante al menos diez minutos.
Como si hubiera ido hasta Japón y hubiera vuelto. Un descanso que le sentó de maravilla y que le permitió recobrar el resuello sobre la pista. Un break en el cuarto juego puso a Nadal de nuevo contra las cuerdas y lo llevó al límite. Otro 5-2 en contra.
Otra hazaña dentro de una hazaña. Épica sobre épica. Alargó Nadal la agonía con su servicio, pero ahí se acabó su proeza. Desfondado, se quedó sin premio en el cuello, aunque se llevó la ovación de la tarde. Un aplauso que dignifica su derrota y que le permite irse de Río como el gran héroe del deporte español
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