Casas desparramadas en las montañas sanjuaninas, justifican ponerle un nombre al lugar: Sierras de Elizondo. Son las cuatro y media y el frío endurece la madrugada. Alfredo Ignacio Chávez, a sus 61 años no necesita despertador, le da un beso a su madre, Rosalía, y emprende el camino hacia Astica. Son apenas 25 kilómetros cruzando ríos, montañas y cascadas, por un sendero imposible para motores a explosión, donde apenas si se atreven mulas o caballos.
Alfredo Ignacio Chávez tampoco los necesita, confía en llegar a Astica en menos de seis horas de caminata, para tener noticias de su hija.
Rotterdam ostenta el puerto más grande de Europa y un área metropolitana de casi tres millones de habitantes. Pero el frío se siente igual en la céntrica avenida Westblaak. En una de sus esquinas asoman las dos estrellas del Easy Hotel.
Y si pudieras ver a través de la ventana del cuarto piso, en la habitación 420 descubrirías a una chica sola, luchando con su celular colapsado. Viviana Chávez intenta avisar a su padre que no se preocupe, que está bien, que acaba de clasificarse para los Juegos Olímpicos.
Alfredo recorrió el sendero en tiempo record, pero el mensaje cruzó el atlántico más rápido. Para cuando llegaba a Astica, los 700 habitantes ya lo esperaban con la noticia, su hija avisaba desde Europa que no se preocupe, que estaba bien, que lo había hecho. Policía retirado, hombre duro del interior, se quedó mirando las calles de polvo.
Quizás recordó el 2001 cuando la crisis pateaba a su familia y Vivi con 14 años, salía en bicicleta a vender el pan que había empezado a hacer su esposa, para llevar también pan a su mesa.
Tal vez cuando Vivi terminó la secundaria pero no se pudo ir a estudia como su hermana mayor, y tuvo que seguir trabajando un año más antes de dejar Astica. O quizás hace apenas cinco años, cuando Vivi se le fue por primera vez a Buenos Aires, a correr una carrera. No sabemos qué pensó, solo se puede asegurar que en ese frío mediodía sanjuanino, al igual que todo el pueblo, fue feliz.
"En tus piernas tenés la clasificación"
Los días feriados tienen eso de atípico, no es sólo un día de descanso como el domingo, es la excusa para hacer algo distinto. El 25 de mayo de 2010 Viviana Chávez quiso hacer algo distinto, algo que nunca había hecho: ver a un keniata, a un hombre de África.
Para eso se anotó en una carrera de 10 km. Lo lógico sería que hubiera entrenado ocho semanas antes, realizando una carrera de 5 km antes, pero ella sólo tenía interés en ver al africano, y para eso no hacía falta entrenar.
El atleta del continente negro era Ismael Langat, y fue uno de los tantos que se sorprendió con esa chica que, sin haber corrido nunca, tardaba 42 minutos en los 10 kilómetros. "Para mí era malísimo", reconoce Vivi "si tenía como 13 kilos de más".
"En tus piernas tenés la clasificación, en tus piernas tenés la clasificación..."
Se repetía Viviana Chávez
Compartilo
Otro de los atletas de punta que puso el ojo en Chávez fue Darío Núñez, "tenés mucho talento Viviana", le aclaró el entrenador, y la invitó a competir nuevamente, al otro día.
Otros 10 kilómetros, otra marca sorprendente de la novata. Ya no era casualidad.
Pero el 28 de mayo Vivi cumplía 23 años, así que había que terminar con la incipiente carrera deportiva y volver a Astica a festejar con su familia.
Darío viajó 500 kilómetros desde su casa en Carlos Paz, para visitar a la familia Chávez y saludar por el cumpleaños a su hija. "Al mes que estábamos de novios nos fuimos a vivir juntos", se ríe Vivi. Parece que había puesto ambos ojos.
Al año, Núñez vio el enorme potencial de Chávez, "en tus piernas tenés la clasificación para los Juegos Olímpicos", le dijo sin rodeos.
-Yo jamás lo había pensado- reconoce Viviana -él despertó la idea posible en mi, hizo posible el sueño.
Habría que estar loco para decirle a un atleta de veintipico de años, que apenas empieza a entrenar, que puede ir a un Juego Olímpico. Por regla general, es imposible. Esta sería la excepción a la regla.
Abandono y revancha
Maratón de Buenos Aires de 2015, 10.000 personas no dejan ver a una sanjuanina de 52 kilos que busca algo más que recorrer los 42195 metros por primera vez. "Yo quería lograr la marca", reconoce Chávez. Los antecedentes le daban la razón, tenía motivos para soñar.
-A cada kilómetro recordaba "en tus piernas tenés la clasificación, en tus piernas tenés la clasificación", iba con dos liebres estupendas, y excelentes sensaciones.
Pero lo feo de soñar es cuando toca despertarse, y Chávez se despertó en el kilómetro 34. "Las piernas se me caían", rememora. En el kilómetros 36 no quiso arriesgar más el físico; viendo que la marca no salía, abandonó.
"Ni bien terminé, ya quería largar otra" aclara sin pena "quería revancha". Y no tuvo que esperar tanto. Cuatro meses más tarde estaba en Mar del Plata, en un circuito lento pero de buen nivel competitivo, y de premiación. "Esa plata nos vendría estupendo", explica, "para los gastos de preparación de una maratón más rápida".
Sufrió mucho el viento del atlántico y las subidas de la avenida costanera, pero la pudo terminar y clavó el reloj en 2h48m21s. "Ahí dije: ¡Ya está! ¿Por qué no? No estoy tan lejos", recuerda. No estaba tan lejos de la marca mínima: 2h39m00s. No estaba tan lejos de Río.
Última oportunidad
La primera opción era Sevilla, en febrero. Descartada. ¿Por qué? Sencillo, no alcanzaba la plata para cruzar el charco. La segunda (y última opción), era Rotterdam. Tampoco había plata, pero ya no importaba. Chávez recuerda las palabras de su entrenador
"Vos preocupate en entrenar, yo de algún lugar consigo la plata".
Y así fue, viajó sola a La Rioja, y solo hizo tres cosas: entrenar, comer y dormir. "Ni un permitido me di", recuerda orgullosa. Pero la tarea de Núñez fue igual de dura, ya veremos cuanto.Después de infinidad de presentaciones, pedidos, trámites y promesas, llegó el momento de la partida. "El jueves estaba en el banco, desesperada, esperando la transferencia", relata Vivi, el viernes empezaba el viaje, pero aún no llegaba la plata que enviaba la provincia para solventar parte del mismo. Llamó a la única persona que conocía y tuviera ese dinero, su primo, y le fue clara,
"sin esa plata, no viajo". La respuesta la volvió a la vida: "Yo te cubro, vos viajás".
Escalas del viaje: San Juan, Carlos Paz (donde vive), Ezeiza (por confusión, si bien era internacional, el vuelo salía de Aeroparque), ahora sí, Aeroparque, Santiago de Chile (era la opción más barata), Lima, Madrid, Barcelona, Andorra (allí la esperaba una prima que la guió en Europa, y le sacó los pasajes más baratos), destino final, Rotterdam. Antes que eso "mi viaje más largo", se ríe Vivi "había sido a Uruguay".
Ya en la línea de largada, junto a las siete mejores atletas argentinas, después de todo el esfuerzo para llegar, "yo ya sentí que había ganado" explica "y ahora sólo quedaba disfrutar". Y largó a disfrutar poco más de cuarenta y dos kilómetros.
El pelotón inicial fue grande, y lento. Todas las argentinas, más algunos hombres, pasaban los parciales y el ritmo de clasificación olímpica no aparecía. "Pero yo no me desesperaba", sonríe Vivi, "si todas íbamos por la marca, algo tenía que cambiar". Y sin desesperarse continuó pegada detrás del pelotón, con la táctica clara: no pasar nunca al frente, no desgastarse.
Pero en el km 27 se queda Marita Peralta "y yo sentí que algo mío se había quedado, ahí me sentí sola". Peralta había sido muy compañera con la sanjuanina, desde un consejo hasta un aliento, siempre con una sonrisa.
"A partir de ahí pensé ¡a luchar!". Ahora si el ritmo aceleraba, Viviana se había memorizado la tabla de parciales cada 5 kilómetros, y en el 30 ya iban para marca. A esa altura quedan solas con Rosa Godoy. Cartel del 35, "ahí íbamos para rencontra marca", cuenta Chávez con la cara iluminada "no sabés como se te agranda el corazón".
Pero aún quedaba un fantasma por derribar, el km 36, el abandono de Buenos Aires. "Pero pensás en todo lo que dejaste de lado, todo lo que luchaste para llegar" y pasan el 36 como un cartel más. A falta de tres kilómetros Chávez se olvida de todo, deja atrás a Godoy, deja atrás el cansancio, y sólo mira adelante, al arco de llegada.
"Crucé la línea y pensé en mi abuela" cuenta mientras se le enrojecen los ojos "ella era muy cercana para mi" ahora Vivi trata de limpiar una lagrima "y siempre me decía: mija, a los sueños hay que seguirlos" y ya no le importa llorar, la alegría le ilumina la cara mojada.
No ganó, nadie la conoce, no tiene a quien abrazar, a quien contarle que está inmensamente feliz. Se va sola al hotel, y recuerda que no le dieron la medalla de finisher, la vuelve a pedir "ahí entendí a los amateurs" se ríe "yo también quería mi medalla". Quería algo concreto, que le muestre que no había sido un sueño. Ahora sí, ya estaba todo hecho, podía dormir tranquila, es su habitación 420.
Rotterdam, Barcelona, Madrid, San Pablo "ahí me gasté los últimos 15 euros para poder almorzar" y Ezeiza. Una semana en Buenos Aires, participar de los 10 km de Fila la marca que la esponsorea, atender a la prensa, y grabarse los anillos olímpicos en la piel, "por suerte me los regalaron, porque no me quedaba más plata". Habrá que ver qué opina Alfredo Ignacio Chávez, policía retirado, de que su hija tenga un tatuaje, "aún no se lo dije", se cubre Vivi. Viaje en colectivo a San Juan, y ahí a Astica, donde su pueblo la espera en la calle. Donde llega con los bolsillos vacíos, una medalla de finisher en la mano, y el alma llena
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